En el año 2014, sería la primera vez que dicha imagen salía a realizar su estación de penitencia de San Agustín. Pero es curiosa la historia que cuenta la llegada de dicha imagen a, la que fue durante mucho tiempo, su casa.
Cuenta la historia que un día un burro llegó a la ciudad con una pesada carga y entró en el patio del Convento de San Pablo en busca de agua y cobijo, ante el descuido del portero. Éste al encontrarlo, lo sacó de vuelta a la calle, sin molestarse en darle ni tan siquiera agua ni aliviarle la carga.
El burro, entonces, se dirigió a la Iglesia de San Agustín. Los hermanos, al verlo decidieron darle albergue hasta que vinieran a reclamarlo. Le quitaron la pesada carga que llevaba y al abrirla, descubrieron a su sorpresa la bella talla de la Virgen.
Cuando la noticia corrió por la ciudad, los dominicos la reclamaron como suya, pues el borrico fue a su convento en primer lugar, a lo que los agustinos respondieron que puesto que ellos recogieron al borrico y los otros no, la talla era suya. Finalmente, presentado el caso ante la justicia, los agustinos pudieron quedarse con la imagen, a condición de que si por algún motivo la Virgen entraba en San Pablo, no volvería a salir de allí.
53 años después de que la imagen dejara San Agustín, en el pasado mes de marzo de 2014 la Virgen retornó a casa, haciendo caso omiso a lo que en aquella ocasión dictaminó la Justicia. ¿Acaso la propia virgen quiso hacer caso omiso a la Justicia?
Lo cierto es, que al igual que los dominicos rechazaron al pobre burro el cual solo buscaba agua y cobijo, también rechazaron la fervorosa imagen que éste portaba consigo, siendo esto no solo una preciosa leyenda, si no también una gran moraleja.
María Orellana Cózar.
Twitter: @MariiaOrellaana
Instagram: @mariiaorellana
Preciosa leyenda.
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