En 1933 hacía dos años que no se veían por las calles de Granada procesiones, y no se verían hasta 1935, sin saber claro está que ese año a causa de la Guerra Civil tampoco saldrían. En aquel año de 1933, días antes de Pascua, el gobernador de Granada aseguró a la prensa que había recibido un telegrama del Gobierno que avisaba de la derogación del artículo 17 del Reglamento de Espectáculos, y que finalmente aquel año podrían celebrarse desfiles de miércoles a viernes. Pero no fue así, y un año más la ceremonia por parte de las cofradías se limitó a convocar a sus hermanos a actos como la función de palmas del Domingo de Ramos, los oficios en templos como el Perpetuo Socorro, las adoraciones nocturnas del Viernes Santo o el acompañamiento a la cofradía del Silencio en su Quinario.
Hasta 1931, eran doce las hermandades que desfilaban por las calles de Granada. Era muy conocida la Hermandad del Santo Entierro, celebrando su estación de penitencia en plena tarde del Viernes Santo, con un desfile de guardias municipales de gala, nazarenos a sueldo, personal de sacristías, representantes del clero y autoridades que seguían a los penitentes. Cada año se nombraba una comisión para organizar la procesión que, para sufragar gastos, recorrían los barrios, casa por casa, en busca de donativos. Un año el dinero recaudado fue tan poco, que estuvo a punto de suspenderse la procesión. Pero José Messeguer, arzobispo de Granada, puso todo su empeño en que esto no ocurriera y organizó a una antigua hermandad que celebraba un vía
crucis por el Albaicín y que dio lugar, en el año 1917 a la albaicinera hermandad del Vía Crucis. Salía el Domingo de Ramos de la iglesia del Salvador y subía por las tortuosas calles del barrio para alcanzar al amanecer la ermita de San Miguel.
Y es que, como en ese tiempo el dinero escaseaba, esos mismos cofrades del Vía Crucis tenían otra procesión el Martes Santo en la que recorrían las calles más modernas de la capital. Desfilaban las mismas imágenes, la de Jesús con la cruz a cuestas y la de la Virgen. Tapices de Garrigues habían sido previamente colocados en lugares estratégicos para rezar las estaciones.
Pero un año, uno de aquellos tapices se colocó en el edificio del Gobierno Civil, y al llegar la procesión, una comisión de su Junta de Gobierno subió a pedir la libertar de un preso. Después el cortejo se detenía en la calle de la Cárcel, ante la prisión provincial, y el Hermano Mayor exhibía la orden de libertad del elegido que, vestido con túnica y capirote, acompañaba a la procesión hasta la iglesia del Salvador.
En alguna ocasión, el Vía Crucis realizó una ceremonia de encuentro de Jesús con su Madre en el camino del Calvario, una ceremonia que dio origen a la Cofradía de Nuestra Señora de la Soledad y Descendimiento del Señor. En 1935, año en el que las procesiones volvieron a la calle en Semana Santa, la Federación de Cofradías contrató a la banda de trompetas de Artillería y a la del Regimiento de Infantería y a cinco cantaores de saetas de «primera fila» para dar brillantez a los desfiles. Procesionaron el Lunes Santo, la Santa Cena y el Rescate; Martes, Vía Crucis y Rosario; el Miércoles, la Humildad y la Esperanza; el Jueves, Santa María de la Alhambra y el Cristo de la Expiración; y el Viernes, la Soledad, Santo Entierro, y el Descendimiento. A partir de 1940 se recuperó definitivamente la celebración de la Semana Santa, hasta la fecha, que luce más bonita que nunca.
María Orellana Cózar.
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