Los
primeros rayos de sol están ansiosos por ver su cara, la gente se
inquieta, la Bandera volea, el eco de la caja guerrera, que resuena seca
y alegremente por las calles de Cabra, se oye desde la Sierra, y el de
las campanas del Santuario, que repican, se escuchan desde Cabra.
Todo
está listo, ya solo queda esperar a que lleguen las cuatro de la tarde,
cuando el silencio se rompa, cuando las palmas, los vítores y piropos
estallen, ya no habrá marcha atrás, nos habremos dado cuenta de que otro
año ha pasado, otra vez estamos delante de ti, Madre mía.
Otro
año, otro cuatro de septiembre frente a frente, esta vez sin ese amigo,
o familiar, que te llevaste a tu vera, o con ese nuevo miembro de la
familia que con apenas unos meses de vida sus padres te presentan para
que nunca en la vida le falte tu amparo. Que grande eres Madre, cuanta
devoción profesas, cuántos corazones conquistas día tras día, como los
conquistabas en Córdoba, mientras cruzabas el puente romano, y las aguas
del Guadalquivir pararse quisieron, para no perder de vista tu rostro
divino. Y el Templo principal de la Diócesis, enloquecido al verte
cruzar la Puerta del Puente mandó que redoblasen las campanas, para
anunciarle a la Ciudad y a la Provincia entera, que la devoción primera
de la Comarca cordobesa, entraba en la Cuidad Califal con honores de
Reina y Señora.
Al
igual que repicarán las campanas de San Francisco y San Rodrigo cuando
llegues a la Barriada que lleva tu Dulce Nombre, para anunciar a Cabra
que su Patrona ya ha descendido de los Cielos sobre valientes ángeles,
los mismos que la bajan y la suben año tras año, septiembre tras
septiembre, octubre tras octubre...
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