Los nervios aumentaban, se acercaba la hora, planchaba el costal y solo pensaba en Él y en Ella, en ese bendito mes de Noviembre. Llegaba el momento de vestirse, pantalón negro, zapatos del mismo color, el costal bien planchado y, en el bolsillo, el rosario que siempre me acompaña allá donde voy, el de mi hermandad.
A las 17:50 llama el capataz para que entremos en la parroquia y ahí estaba Él, se abren las puertas y los primeros nazarenos empiezan a marcarnos el camino, me quedo fuera del paso ya que ese año la salida la hace la cuadrilla alta. Suena el llamador y se alzan portentosamente los altos del señor, se van acercando poco a poco hacia el dintel, miro hacia al lado y allí esta Ella, Amparo, la miro y le prometo que algún día vendrá con nosotros, se hace el silencio y suena una corneta marcando la Marcha Real. Los aplausos hacen que los nervios se multipliquen por mil, suena Rosario de Cadiz y el señor marca una salida espectacular dejándome una perspectiva desde dentro, muy diferente a las vividas en años anteriores cuando le rezaba desde la acera.
El Grande camina largo por su barrio y enseguida llega el primer relevo, entro bajo él y cierro los ojos, se me vienen imágenes de los ensayos, suena de nuevo el llamador y estoy preparado para vaciarme en cada levantá. Andamos hacia la revirá, suena “Antes de morir”, mi primera marcha bajo él, mi primera chicotá.
Y así, relevo tras relevo, llegamos a San Miguel donde por entonces se hacía estación de penitencia, nos esperaba una plaza a oscuras y abarrotada de gente para recibir al señor. Una vez salimos de San Miguel, salimos de vuelta hacia puerta del sur, con la añoranza de saber que no volveríamos más a esta casa, ya que al próximo año la hermandad entraría en la nomina del lunes santo cumpliendo el sueño de todos. Pero, San Miguel tenía algo especial que nunca olvidarán los hermanos de la Sed, era su segunda casa.
Llegábamos a su barrio cruzando la Hijuela de las coles, y tocaba hacer el último relevo. Me despedí del señor con un beso en la trabajadera y pedí por mas tardes junto a él. Lo recogía mi cuadrilla, “los chiquititos” dando una lección de arte y del buen hacer de esta cuadrilla. Y así se ponía punto y final al último Sábado de Pasión de la Sed, poniendo así punto y aparte en su historia como Hermandad. Ahora tocaba soñar con el Lunes Santo camino de vuelta a casa.
Paco Damian Gomez.
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