martes, 7 de abril de 2020

El Martes Santo en Huelva, según Ismael Manaute

Amanece un nuevo martes santo y con este ya van 24 años, me levanto con apenas horas de sueño en el cuerpo debido a los nervios, que se van acentuando a medida que la jornada avanza. Durante la mañana, me arreglo y salgo dirección a San Sebastián con mi bolsa donde guardo el costal, la faja y la ropa de costalero, esperando encontrarme con la gente de mi hermandad, amigos, costaleros e incluso familia.

Una vez allí, subo las escaleras del porche (siempre por el lado izquierdo) y entro a la iglesia, lo primero que me encuentro es el altar de insignias de frente, entonces miro a la derecha y allí están, donde siempre, delante del altar, Cristo a la izquierda y Virgen a la derecha. Hay un murmullo muy sutil, las cristaleras de la iglesia iluminan ambos pasos con tonos coloridos y el incienso impregna el lugar, a medida que me acerco se me hace un nudo en la garganta y entablo una conversación con ellos.

Llegó el día padre y madre... nuestro día, hoy más que nunca hay que disfrutar, los sentimientos a flor de piel y en la memoria están presentes los que ya no están, el día de hoy va por ellos. Rezo un padre nuestro y un Ave María, me santiguo y entonces vuelvo a poner los pies en la tierra. Saludo a los que allí se congregan, me giro dirección a la puerta y me siento más aliviado y con mas ganas si aún caben.

La siguiente parada es en el Comodoro, justo al lado de la iglesia, mítico bar donde quedamos algunos de la cuadrilla, capataces y hermanos para tomarnos unos botellines y... porque no decirlo, relajar los nervios conversando contando anécdotas de años anteriores. Ya se va sintiendo en las sonrisas y el brillo de los ojos que algo grande se acerca.

Siempre intento quedar con mi padre en esos momentos, ya que lleva a mis hermanos a la iglesia para inculcarles nuestras tradiciones, pero como siempre, nunca coincidimos. Entonces llega el momento de irse, es casi la hora de comer  y aún seguimos en el bar, algo que caracteriza a nuestra cuadrilla. En el camino a casa quedo con Laura, que hoy come con nosotros, no puedo estar más feliz de este día.

Nada más entrar, mis dos hermanos pequeños, que salen de monaguillos en nuestra bendita madre, me abrazan con fuerza y me hinchan a preguntas, Ismael ¿tú sales de costalero en el señor?, ¿donde vas debajo del paso?, ¿el Cristo pesa mucho?, miro sus caras de ilusión y pienso... si ellos supieran que hoy, el que más ilusión tiene soy yo... ya crecerán y sabrán por qué. La comida a penas la pruebo y los nervios ya se han apoderado de mi, entonces plancho mi ropa, mi costal y lo organizo todo encima de la cama.

Llega la hora de irse, me visto de luto riguroso, me despido de todos y emprendo mi camino a la iglesia. Llego a tiempo, todos los costaleros estamos de nuevo en el bar, a la espera de la llamada del capataz para organizar la cuadrilla.

Suena la voz de Manuel Carnicerito por encima del barullo, ¡Señores! las dos cuadrillas a la plazoleta. Allí nos dan nuestros relevos y este año hago las hermanitas de la cruz, donde nuestra hermandad hace estación de penitencia. El capataz nos da una charla y manda a la gente a hacerse la ropa, pero antes una foto de la cuadrilla. Mi cuadrilla nunca hace salida, por lo que esperamos nuestro primer relevo en la casa hermandad, allí nos enfajamos y nos tiramos la ropa, aunque yo siempre llego justo ya que espero que la Señora salga a los sones de Virgen del Valle.

El señor se acerca, tengo el costal puesto, se baja el paso delante nuestra y ahora empieza de verdad el martes santo. El olor a caoba bajo el paso y el crujir de la madera hace que se te pongan los vellos de punta, entonces suena el llamador, no habla nadie y levantas el paso con todas tus fuerzas. Desde este momento, el silencio predomina durante la jornada y es momento de hablar a solas con Él, le pides por todo, familia, amigos, salud... qué importante es la salud. Solo el rachear de los costaleros, las órdenes de un par de hombres y la música del trío de capilla rompen el silencio aquí abajo. La luz se filtra a través de la canastilla y escuchas como a medida que el señor anda con su son reposao, la gente deja de murmullar... le están rezando.

Los relevos siempre en los bares, botellín en mano y alguna que otra ración de croquetas para reponerse. El tiempo y los relevos van pasando... Las hermanitas, la Esperanza, carrera oficial, calle palos... maldita calle, hasta que llegamos al pasaje del Cristo de la sangre, un punto clave del recorrido, un sitio mágico. La noche se torna más oscura si cabe y solo la luz de los cirios de los nazarenos alumbran los rostros de los allí presentes, privilegiados de vivir ese momento. Entonces, diferentes saeteros le rezan cantando al señor a medida que discurre el paso entre naranjos en flor perfumando el ambiente... bendita noche.

Ya solo queda el último relevo, el de la entrada, el son largo y reposao no decae nunca, se disfruta hasta el último momento, la última chicotá, la última oración bajo el señor. Llegamos a la puerta y sin darme cuenta se ha ido el día en un suspiro, el capataz cuadra el paso, se baja el cañón del señor y manda costero a tierra por igual, el señor entra y se da por finalizada la estación de penitencia. Salimos del paso con el corazón que no nos cabe en el pecho, nos miramos sabiendo que hemos ganado la pelea, orgullosos unos de otros, nos abrazamos todos los costaleros y le damos las gracias a Él por dejarnos ser sus pies un año más.


Ismael Manaute Pérez

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