Juan Martínez Montañés González, escultor más conocido como Montañés, nace en Alcalá la Real el 16 de marzo de 1568. Se conoció su verdadero lugar de nacimiento tras localizar la partida bautismal que lo sitúa en la parroquia de Santo Domingo de Silos de Alcalá la Real, en Jaén. Esta misma partida bautismal revela que sus padrinos son el gobernador de la abadía y la esposa del regidor de la ciudad, por lo que desde pequeño estará rodeado de una situación familiar respetable.
Su padre fue Juan Martínez, bordador conocido como Montañés y su madre Marta González, matrimonio que tuvo seis descendientes, de los cuales el único varón fue Montañés. De sus hermanas, con quien mantuvo más relación fue con la menor, Tomasina, que tras su fallecimiento causó un estado anímico en el autor terrible.
Su vocación por la escultura es herencia clara de su padre, por el que se inició en el mundo artístico de Alcalá la Real. De este modo entra en contacto con la familia encabezada por el italiano Pedro Raxis Sardo, siendo su hijo Pablo de Rojas, quien fuera el maestro de Montañés en Granada. En este taller en la Parroquia de Santiago comienza su etapa de formación, adquiriendo la técnica y el concepto imaginero que posteriormente desarrolló, mostrando admiración por legado renacentista de la ciudad. Conoció a grandes artistas como Juan Bautista Vázquez el Viejo, con quien posiblemente marchó a Sevilla tras concluir su formación.
En Sevilla comenzó a trabajar posiblemente en el taller de escultura de Gaspar Núñez Delgado. Los primeros datos de estancia en esta ciudad lo sitúan en junio de 1587, contrayendo matrimonio con Ana de Villegas, hija del ensamblador Juan Izquierdo, en la Iglesia de San Vicente y con quien tuvo cinco hijos.
Hablamos de un Montañés de veinte años y seguro de sí mismo, tal y como se vio en el examen oficial para entrar al gremio, que superó con creces, realizado en diciembre de 1588. La notable capacidad del escultor desde joven hace ver su rápido encumbramiento en un medio tan competitivo como lo era en Sevilla.
En agosto de 1591 fue encarcelado por ser sospechoso de un asesinado, reteniéndolo encarcelado un total de dos años. En 1613 falleció su esposa Ana. Posteriormente, en 1614 se casó con Catalina Salcedo y Sandoval, hija del pintor Diego de Salcedo y nieta del escultor Miguel de Adán, con quien tuvo una descendencia de siete hijos. En el año 1629 cae enfermo, permaneciendo en la cama varios meses, retrasándole su labor en el retablo e imágenes de la Capilla de la Inmaculada, llevándose a cabo un pleito por el incumplimiento del contrato.
Luego mantuvo una etapa en Madrid, donde trabajó modelando en barro el busto de Felipe IV, que serviría de referencia para la posterior escultura ecuestre que realizaría Pietro Tacca y que actualmente se encuentra en la Plaza Oriente de Madrid. El busto le otorgó un gran éxito, empezando a conocerse como el Lisipo Andaluz. Durante su estancia en Madrid, fue retratado por Velázquez, obra que podemos observar en el Museo del Prado. Ambos artistas se conocieron en Sevilla, durante la etapa sevillana de Velázquez.
Pronto regresó a Sevilla, donde permaneció hasta su fallecimiento a los 81 años, siendo víctima de la Peste de 1649. Esta epidemia arrasó con la capital andaluza, acabando casi con la mitad de la población de la ciudad. Montañés fue enterrado en la Parroquia de la Magdalena que, con motivo de la desamortización del siglo XIX, fue demolida, perdiendo así sus restos.
En cuanto a su estilo, el principal especialista en Montañés, José Hernández Díaz, mantiene como elementos decisivos en la definición del estilo, los siguientes aspectos: los conceptos plásticos y temas iconográficos de la formación en Granada con Rojas, la expresividad de Villoldo, la belleza de Vázquez el Viejo, la monumentalidad de Jerónimo Hernández y Núñez Delgado, así como el matiz barroco de Andrés de Ocampo. En definitiva, un compendio de características que en conjunto hacen a un artista completo, culto, preparado y espiritual. Se trata del máximo exponente de la intensa escuela sevillana en el ámbito de la imaginería, siendo su discípulo directo el cordobés Juan de Mesa.
Montañés es un artista completo, también realizó encargos de retablos a los que les añadía sus obras escultóricas. El modelo de retablo llevado a cabo solía consistir en dos cuerpos y tres calles. Nunca llegó a abandonar la actividad en los retablos.

Su producción escultórica se inspiró en la naturalidad, con ciertas características clasicistas y manieristas, aunque es cierto en la recta final de su carrera vemos a un Montañés que produce de manera realista y barroca. Sus formas de hacer arte se trasmitieron a toda la Escuela Andaluza, manteniendo un gran contraste con la Escuela de Valladolid. Entre los temas más tratados por el escultor, está la de Cristo Crucificado como de los de más interés, del que recibió numerosos encargos. Es este tema el que le otorga uno de sus trabajos más conocidos, como es el Cristo de la Clemencia entre 1603 y 1604, situado actualmente en la Catedral de Sevilla.

Otro de los temas que podemos ver en su carrera es el del Niño Jesús, del que Montañés consigue configurar un modelo definitivo con la escultura que se encuentra actualmente en la Iglesia del Sagrario de Sevilla. Obra de 1606 y del que se hicieron bastantes réplicas para poder responder a la gran demanda que existió entonces.
La primera obra conservada es de 1597, tratándose de la imagen de San Cristóbal con el Niño Jesús. Obra de gran tamaño, encargada por el gremio de guanteros y que se sitúa en la Iglesia del Salvador de Sevilla. Esta escultura tiene un carácter naturalista con una directa influencia miguelangelesca, la cual fue concebida como imagen procesional, saliendo en cortejo en 1598. Posiblemente la escultura del niño pudo haber sido realizada por alguno de sus ayudantes.

El periodo de madurez del escultor empieza con la realización del Cristo de la Clemencia, ya mencionado anteriormente. Obra encargada por Mateo Vázquez de Leca, canónigo de la catedral. El contrato del trabajo fue muy detallado, poniendo por escrito cómo debía aparecer la imagen: "Ha de estar vivo antes de haber expirado, con la cabeza inclinada sobre el lado derecho, mirando a cualquier persona que estuviese orando al pie de él, como que está el mismo Cristo hablándole y como quejándose de que aquello que padece es por él". También es conocido como Cristo de los Cálices, por haber estado situado antes en la Sacristía de la Catedral. La policromía es de Francisco Pacheco, pintor con quién trabajó en varias ocasiones.
Esta imagen tuvo su precedente en el Cristo del Auxilio de Lima, en 1603. El Cristo de los Desamparados situado en la Iglesia del Santo Ángel de Sevilla, recibiendo gran influencia del de la Clemencia. Aunque es igualmente de una gran estampa, no llega a superar ni mucho menos al original.
Durante los años 1605 y 1609, Montañés lleva a cabo el Santo Domingo Penitente que podemos disfrutar actualmente en el Museo de Bellas Artes de Sevilla. En origen, fue una obra para el retablo del convento de Portaceli. Vemos a un Santo Domingo en un completo éxtasis contemplativo, que sujeta la cruz con la mano izquierda. Destaca la gran apariencia anatómica de la figura.
En 1606, realiza el Niño Jesús mencionado anteriormente, así como la Inmaculada del retablo de la Iglesia de Nuestra Señora de la Consolación de El Pedroso. En esta última imagen, se muestra influencia de la Inmaculada de Jerónimo Hernández para la Iglesia de San Andrés de Sevilla. Un año más tarde, hace el diseño y las figuras primordiales del retablo de la Concepción de Lima. Montañés dedica la hornacina principal a un Crucificado. El modelo de retablo que consiguió le sirvió para posteriores encargos.
Posteriormente, en 1609 empieza con uno de sus trabajos que más reconocimiento le otorgaron, el retablo de la Iglesia del Convento de San Isidoro del Campo, en Santiponce. Finalizó la obra en 1613 y para ello contó con la colaboración de Juan de Mesa y Francisco de Ocampo. Este encargo supuso en el escultor, una completa separación del modelo común en el retablo sevillano. Como figura protagonista de la composición, aparece San Jerónimo, que según el contrato debería ser realizado explícitamente por Montañés y sin ninguna colaboración. Para su elaboración, se inspira directamente en el San Jerónimo de Pietro Torrigiano, conservada actualmente en el Museo de Bellas Artes de Sevilla.
Entre 1610 y 1615 llevará a cabo el trabajo más importante y que se convirtió en una de las grandes obras maestras de la escultura de nuestro país, como es Nuestro Padre Jesús de la Pasión, encargado por la Hermandad de Pasión de Sevilla, para representar la V estación del Viacrucis.

Es una escultura realizada para ser vestida y con la anatomía visible perfecta. Representa con un gran realismo la imagen de Cristo, con un tono dulce y sobre todo bello. Su vista siempre al suelo mientras que el rostro gira levemente a su derecha. Mantiene su boca entreabierta que permite la visibilidad de los dientes. Los cabellos labrados con delicadeza y con el estilo personal de la raya en medio cumplimentado con pequeños rizos. La barba también en su propio estilo, corta y bífida. Las manos son las de un hombre fuerte, pero a la vez tratadas con delicadeza, mientras que sujetan la cruz que reposa sobre su hombro izquierdo. La imagen aguanta el peso sobre la pierna izquierda, que está flexionada, y el pie derecho suavemente levantado, haciendo ver que comienza a caminar.
Montañés consigue hacer valía de su destreza técnica del escultor, que logra concebir la imagen con gran equilibrio, incluso siendo una postura difícil de representar. La policromía de la obra es atribuida a Francisco Pacheco. Esta escultura de Montañés en su origen iría acompañada de un cirineo, tal y como la V estación cuenta. Aunque actualmente procesiona solo, hubo testimonios entre 1632 y 1634 como el de Abad Alonso Sánchez Gordillo que describía el paso con estas palabras: “Y lo último de ella Nuestro señor en andas sobre los hombros de los cofrades y hermanos de la Cofradía de la Santa Cruz sobre sus hombros y Simón Cirineo que lo ayuda. Son ambas figuras muy proporcionadas a lo que representan y mueve mucho la devoción”.

A partir del año 1620 empieza un periodo marcado por un contexto repleto de circunstancias personales, como el fallecimiento de su hermana y de algunos de sus amigos y más fieles colaboradores como Juan de Oviedo y Juan de Mesa, así como problemas con las fechas de entrega de los encargos. Pero a pesar de todo ello, no deja de ser una etapa bastante productiva con la realización de varios retablos como el del Monasterio de Santa Clara o el de San Juan Bautista y San Juan Evangelista del Convento de San Leandro.
En 1631 finaliza el retablo de la Capilla de la Inmaculada en la Catedral de Sevilla, en las que destaca la figura central de la Inmaculada, que entre todos es conocida como La Cieguecita. Obra que en aquellos años provocó una gran admiración por la belleza y composición de la escultura con el movimiento de la cabeza y manos. La policromía corresponde también a Francisco Pacheco. Se sitúa actualmente en el lugar para el que fue concebida. Esta Inmaculada salió extraordinariamente en procesión el 8 de diciembre de 1917, con el III Centenario del voto concepcionista de la ciudad y con motivo de la inauguración del monumento de la Inmaculada de Lorenzo Coullaut Valera en la Plaza del Triunfo.
También son numerosas las obras atribuidas al escultor tanto en España como en Hispanoamérica, haciendo saber que fue un autor con una producción muy prolífera. Algunas de estas obras son: San Juan Bautista del Convento de Santa Ana en Sevilla o Santo Niño Cautivo en la Catedral Metropolitana de México, entre otras tantas.
En definitiva, hablamos de Juan Martínez Montañés como uno de los grandes maestros que ha dado nuestro país. Un autor con que, con gran personalidad, marcó su producción de tal manera que mantiene una influencia clara en artistas posteriores.
*Fotos cogidas de internet y del Archivo del Blog.*
Manuel Chacón Palomares.
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