
En el fervoroso barrio de Triana fue encontrada a finales del siglo XVI una imagen de la virgen oculta en el fondo de un pozo, donde probablemente la pusieron los cristianos en tiempos de la invasión árabe. El vecindario la acogió, construyendo en su honor una pequeña capilla donde rendirle culto. Muy pronto se fundó una hermandad para ella. A mediados del siglo XVII se construyó una hermandad titulada nuestra señora del patrocinio, una advocación muy de moda por ser de las predilectas de Felipe IV. Ambas se fusionaron en 1699, acordándose llamar Hermandad de la Sagrada Expiración de Nuestro Señor Jesucristo y María Santísima del Patrocinio.
Vivía por aquel entonces en la cava de Triana, un gitano a orillas del Guadalquivir, allá por donde estaban las chozas. Lo llamaban el Cachorro, admirándolo por su habilidad con la guitarra y con el cante jondo. Cuando participaba en las zambras o juergas de las tabernas, asumía una actitud distante, como si todo lo que hiciera fuera para el solo aunque estuviera acompañado. No se le conocieron amores, pero todas las gitanas de la cava suspiraban por el. Pero algunos despechados susurraban que al otro lado del río era donde realmente se encontraba su amor.
Cierto día apareció por la cava un hidalgo que llamó la atención de quienes frecuentaban las tabernas del barrio. Éste preguntó si conocían a un gitano al que llamaban el Cachorro, y aunque entre la gente del bronce es común callar, se marchó de aquel lugar sabiendo que encontraba alguna pista del paradero de aquel gitano. Desde aquel día, el hidalgo se paseó por el barrio durante varios días.
Al aprobar las reglas de la Hermandad de la Expiración tuvieron que dotarlas con sus imágenes, y el cabildo pensó en un artista renombrado. Y como en aquellos tiempos alcanzaba la palma Francisco Ruiz Gijón, se le confió el trabajo de labrarla. No conseguía éste realizar algún crucificado que pudiera destacar entre las muchas y muy buenas tallas existentes en la ciudad. Durante meses realizo cientos de bocetos, pero siempre los rompía antes de acabarlos porque ninguno le satisfacía. Ante tal ansia, se olvidó de cualquier otro trabajo e incluso de comer, enflaqueciendo de manera muy notoria.
Cayó enfermo Ruiz Gijón del tanto trabajar. Tenía mucha fiebre, pero aún así no se quedaba en la cama, si no que seguía realizando bocetos. Cierta noche en la que la fiebre le abrumaba, se levantó de su cama y se vistió, dispuesto a salir a la calle. Su familia, al ver la locura que pretendía realizar, lo intentaron parar, a lo que a gritos respondió: “-¡Dejadme! Ahora es cuando se que voy a copiar la verdadera cara de agonía del Cristo de la Expiración.” Y agarrando papel y carboncillo, abrió la puerta y se fue a la calle.
Tenía su taller en el barrio de la Merced, cerca de la Puerta Real. Siguió por la calle Armas hacia un postigo, y salió fuera de la muralla, cruzando el puente de barcas que unía Sevilla y Triana. Al llegar al Altozano, sin saber bien donde ir, se dirigió a la capilla del Patrocinio. La fiebre hizo que perdiera la noción, y a través de la puerta de la capilla pareció ver la imagen de su futura obra. Casi poseído cogió el carboncillo y comenzó a copiar, hasta que recobró la lucidez, y se vio postrado en una puerta cerrada de un lugar que ni él mismo conocía. Pensó que estaba loco, y de nuevo la fiebre le afloró, dejándose caer en los escalones de aquella iglesia.
De repente, en la lejanía, oyó gritos de mujeres que taladraban el aire. Y luego, vio moverse luces y oyó el galope de un caballo. Acto seguido, se levantó Ruiz Gijón y alzó a andar para ver qué tan escándalo había. Fue cuando, entre las chozas y las gitanas lamentadas, halló un hombre en el suelo, retorciéndose ante los últimos espasmos de su agonía. Aquel hombre era el Cachorro, el famoso gitano de la cava que a todo el barrio cautivaba. Se le veía el pecho atravesado a espada por una rica empuñadura que su asesino dejó en su corazón clavada.
Mientras las gitanas intentaban salvar al moribundo, Ruiz Gijón agarró el carboncillo y comenzó a copiar semejante escena, centrándose en la cara de la agonía de aquel gitano. Tras ello, abandonó el lugar donde el gitano, ya muerto, era llevado por mas gitanos al hombro. En pocos días, consiguió plasmar en madera lo que aquel día aconteció. Y cuando aquel año Salió por primera vez el Cristo de la Expiración a la calle el Viernes Santo, los gitanos del barrio comenzaron a gritar: “-¡Mirad! Es el Cachorro. ¡Es el Cachorro!” Y en efecto, era el cachorro, gitano cantaor y enamorado, al que mataron por amores en la cava de Triana y que el soplo el soplo del genio del gran artista Ruiz Gijón había convertido en la figura del más hermoso de los Cristos Crucificados que forman el tesoro escultural de la Semana Santa sevillana.
María Orellana Cózar.
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