viernes, 3 de abril de 2020

El Viernes de Dolores según Mario Rosales

El día empieza pronto, los nervios no me dejan dormir mucho más de la salida de los primeros rayos del sol, ha llegado el Viernes con el que sueño durante todo un año, en el que pienso los 364 días restantes del año.
El Viernes comienza temprano y poco después ya estoy en la calle, hay que ir a verlos en sus pasos con todo ya preparado y ellos tan radiantes como siempre.
Es un día de comer poco y de hablar con mucha gente, esa gente que sólo puedes ver de año en año porque están fuera, o los amigos esos que están todos los días del año, pero te abrazas a ellos con una sonrisa enorme y solo pudiendo hablar de Ellos y de lo que esta por venir en la tarde de ese mismo Viernes.
La espera de consuma, tras la saeta y el acto del cirio de los donantes toca descansar un rato, que lo que menos se hace es descansar, en esos momentos toca comer, asearse y preparar por enésima vez las cosas para la tarde, y aún así algo se olvida o algo tenemos cambiado de sitio, el costal, la morcilla, la faja, la camiseta, la camisa de la hermandad, las estampitas... Todo listo y solo mirando el reloj esperando que sean las cuatro y media para empezar a prepararte, y mirando cada segundo el reloj esperando que sea la hora en la que el capataz nos tiene citados, a los privilegiados que llevaremos en esa noche a la Virgen del Dulce Nombre. A las cinco ya estamos en la plaza, eso es un mar de abrazos, todos de blanco y algunos de negro, los del Cautivo que nos vienen a desearnos la mejor de las estaciones de penitencia, como buenos hermanos y amigos. En esos momentos los nervios son enormes y ese pellizquito en el estómago pensando que lo que eran días se convirtieron en horas y ahora ya solo quedan minutos, minutos en los que solo tienes ganas de que alguien te ayude a ponerte el costal, tirar para la iglesia, en mi caso buscar a más que mi amigo, mi hermano, darle el abrazo correspondiente y desearle la mejor de las estaciones de penitencia, el me desea lo mismo y me da un caramelillo para calmar los nervios. Al entrar en la iglesia nos esperan ellos, el Cautivo y la Virgen del Dulce Nombre, un rezo ante ellos, acordarnos de los que ya no están y pedirle que tengamos la mejor estación de penitencia posible, con el lucimiento que ellos se merecen. Es su tarde y su noche.

¿Lo escuchas? Ya viene la banda, llega la Redención. En la iglesia se mezcla el nerviosismo con el sonido del silencio, hasta que suena ese fuerte golpe, el "cerrojazo" que es sinónimo de que Bellavista pone su Cruz de guía en la calle, empezamos a repartir Salud y Remedios otro año más por Bellavista, como dijo en su día mi admirado y gran amigo. Empiezan a salir nazarenos, dentro, los penúltimos abrazos, y se mueve el paso del Señor, hay que quitarles las ruedas y acercarlo a la puerta, ¡esto ya está aquí!
Poco a poco, que si no fuera por el movimiento del olivo, desde dentro no lo notamos andar, suena una corneta, ya está el Señor en la calle, ya va el barco con su gente dentro y nuestro Cautivo arriba, para recorrer las calles de Bellavista, suena Barrio de la Salud, un himno para nosotros, y el grito "¡olé la gente buena de Bellavista!", ese que le sale del corazón. Dentro de la Iglesia en el más sonoro silencio mis hermanos rezan, lloran con los cirios y varas entre las manos mientras se ponen sus antifaces.
Para mí llegó el momento, los privilegiados nos hacemos hueco, vamos en busca de nuestro sitio bajo la Señora, todo está ya mucho más cerca. El llamador suena, los ciriales en la puerta, el incienso se apodera de la iglesia y ahí va la primera levantá "¡al cielo con la Virgen del Dulce Nombre!", ya la siguiente será en la calle.
Las llamaitas muy cortas, poquito a poco, aguantando los kilos, suena el himno, el cosquilleo en el estómago es enorme, suena su marcha y empieza a revirar, cierro los ojos y me imagino como hace unos años, delante de ella llevando la pértiga o el cirial y mirándole la cara mientras las bambalinas bailan a un son muy bello, y ¡venga de frente! mientras empieza la lluvia de pétalos que tanto nos gusta a nosotros, en ese momento el palio no pesa más que una flor de las que Ella lleva en su palio.

Tras algunas chicotás y sentir muchas cosas toca el primer relevo, en el que aprovecho para irme unos metros más adelante, buscando un momento de soledad para verla, mirarla y rezar, antes de irme en busca del lugar del próximo relevo, que las calles están llenas, es difícil andar y encima me encuentro a mí gente, es lo bonito de este barrio, que en cada esquina hay alguien a quien darle dos estampas y un abrazo, ya sean vecinos de Bellavista que por una razón u otra no salen, o amigos de otros lugares que vinieron un año invitados por mi, y a los siguientes, vienen llamados por Ellos, esa es la parte más hermosa de todo esto.
Tras algunos relevos, toca buscar al Señor, ver lo bien que va, en ese andar tan elegante, con qué categoría y ver cómo se marcha al son de su banda. En ese mismo sitio toca ver desde fuera como llega, como de elegante se mueve ese palio, y como reluce la Virgen con "Soleá dame la Mano", ya vamos de vuelta, todo se va consumando, aunque aún quedan muchos momentos para disfrutar, tanto debajo del paso, como fuera. Llegando a la calle Laguna, esperando el relevo, una revirá "de babero" y las lágrimas saltadas, mientras la ves venir desde la lejanía.
Llega la hora del último relevo, ese en el que se van con las zancadas más cortas y los movimientos más suaves, con la sensación de querer hacer eterno el trío de Pasa la Virgen Macarena, o la marcha Hossana in Excelsis, hasta que suena el llamador, el trabajo se acabó para los que hicimos la salida, toca buscar al Señor que está cerca de la iglesia y hacerse un hueco para esperar allí a la Virgen.
Los sentimientos se apoderan de mí mientras lo veo entrar, suena Padre y Cautivo bajo tu Mirada, después de verlo poco durante el recorrido, ahora toca disfrutarlo todo lo posible, el Señor ha salido en su noche y ha puesto Bellavista bocabajo, con su andar y su manera tan dulce de moverse. Mientras pienso y lo miro, se acaba la marcha y suena el himno, el Viernes de Dolores ya robandole horas al Sábado de Pasión se va acabando. Pero aún no llegó el punto y final, queda el broche de oro. Por el final de la calle Caldereros se ve a la Señora parando el tiempo al son que marcan las bambalinas, con exquisitas marchas, se me escapa un "¡Qué maravilla!".
Suena Flor de Pasión, en una revirá eterna, empiezan a caer pétalos, el manto de la Virgen ya está bajo el dintel de la puerta, las emociones se apoderan de la calle y Bellavista aplaude como solo en esa noche se puede aplaudir, con el corazón.
En silencio, el palio empieza a subir la pequeña rampa que hace la acera, suena el himno, ya está dentro, mientras se mece en el dintel de la puerta. Se acabó el Viernes soñado, toca recordarlo durante un año, y degustar tantos recuerdos, tan bonitos e intensos que en unas horas he sentido.
Me santiguo ante la puerta cerrada, detrás está la Virgen, una sonrisa de satisfacción, mi costal bajo el brazo y mi medalla en la mano, la beso. Solo queda esperar, para verlos de nuevo en las calles de Bellavista en sus respectivos pasos, de mientras Ellos siguen esperándonos en su altar, donde iré a verlos cada vez que pueda.

Este año 2020, se hará muy dura esta noche todo será diferente, invito a cerrar los ojos e imaginar, de mientras, Ellos seguirán repartiendo Salud, Remedios y su Dulce Nombre, desde el Sagrado Corazón, queda un día menos para 2021. 
Mucho animo. Un abrazo a todos.

Mario Rosales Antequera.
Twitter: @MarioRosales7
Instagram: @mario_rosales97

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